Cuando la realidad supera a la ficción... puede salir una novela como “La voz del pasado” de Fernando Rueda. Dedicado desde siempre al periodismo de investigación se centró en el mundo del espionaje. Como si un ratón intentara cazar a otro ratón y de esas incursiones han salido reportajes publicados en los diferentes medios en los que ha trabajado y convertidos, también, en libros como “La Casa”, el primer título publicado sobre los servicios de inteligencia españoles, o “Por qué nos da miedo el Cesid”, entre otros.
Nunca había entrado en la ficción y “La voz del pasado” (Mr Ediciones) le ha permitido retratar un grupo de personajes inspirados en los agentes que ha ido conociendo a lo largo de su carrera profesional. En la novela, cuenta Rueda la historia de una familia de espías, abuelo, padre y nieta: los Longares y pone el foco en Manuela Longares, Ela, a la que convierte en la primera mujer nombrada directora de operaciones del CNI. En el transcurso de la historia conocerá un secreto de familia que se remonta a la Guerra Civil española cuando su abuelo era un joven militar, adscrito al servicio de información, que conoce a Kim Philby, el agente doble más famoso de todos los tiempos. A la historia de la saga familiar le añade un plan para asesinar a un aristócrata inglés que termina de redondear el argumento de la novela por la que también pasan niños de la guerra, dirigentes nazis, princesas...
Es de esas novelas que no puedes dejar de leer, la trama, ágilmente narrada, te hace pasar hoja tras hoja y recrearte en un ambiente que se acerca fielmente a la realidad. De hecho el propio autor, antes de publicarla se la dio a un agente retirado (oír audio). Fernando Rueda, director de la revista digital El reservado, no ha hecho más que tirar de sus propias vivencias en un ambiente que parece de película y que nunca se termina de saber si es o no real, por lo increible de muchas de las situaciones que describe.
Tan, aparentemente fuera de la realidad, como los productos de La Tienda del espía, en la que nos citamos con él para que nos cuente cuál es el kit de un agente. Y lo primero que asegura es: “todo lo que puedes encontrar aquí, está una o dos generaciones por detrás de lo que ellos usan” que se elabora en los propios laboratorios del CNI. Allí hay bolígrafos grabadores, botones para sustituir en una camisa que tienen la misma función, cámaras hábilmente ocultas en la esfera de un reloj, en un mechero o en unas gafas, localizadores gps... allí entra gente de la calle para averiguar si su pareja le es infiel, alguien que quiere hacer un regalo original o unos hijos preocupados por su mayores a los que quieren tener ubicados en todo momento.
Entre tanto artilugio que puede saber casi hasta lo que pensamos no hay nada, por ejemplo, para controlar a los terroristas islamistas que, paradójicamente, cuenta Rueda, han vuelto a los tiempos de las palomas mensajeras o los “correos del zar”. Es inevitable preguntarle a él, como vive sabiendo que le pueden investigar en cualquier momento teniendo en cuenta el trabajo que ha hecho y sigue realizando y su respuesta no deja lugar a dudas: “no se puede vivir en una paranoia”. Un buen consejo.
Fotos: Merche Rodríguez
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