El Diccionario de la Academia recoge tanto la palabra prostituta como el término puta. A la primera la define como la mujer que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero y de la segunda destaca, sobre todo, las connotaciones peyorativas. Lo completa con un par de expresiones que terminan llegando a una definición: mujeres públicas. Una explicación demasiado rancia y desafortunada porque algo público es de todos, y en todo caso una prostituta "será" del hombre que la pague, exclusivamente durante el tiempo que hayan pactado, luego no debería volver a tener dueño.
Y de este tema hablan dos libros de
reciente aparición: Memorias de una prostituta, de Anne Smith
(Editorial Sepha) y Una mala mujer, de Montse Neira (Plataforma
Editorial). Dos maneras de abordar una misma situación social, la
promiscuidad pagada, que se mueve en el lado oculto de la sociedad,
el que siempre ha existido pero sobre el que nunca se pone el foco
salvo para hablar de su naturaleza más sórdida y, en muchas
ocasiones, con condescendencia.
Ambos textos están escritos por
mujeres que han tenido contacto directo con el que llaman
eufemísticamente el oficio más antiguo del mundo. Montse Neira ha
sido prostituta y lo sigue siendo y Anne Smith, lo ha sido.
La primera habla abiertamente de ello,
es licenciada en Ciencias Políticas y se presenta a cara descubierta
ya desde la portada del libro, en una pose femenina de piernas
espectaculares cruzadas y sujetándose, más que la cabeza, la frente
como quien espera veredicto aunque la frase a pie de portada parece
indicar lo contrario porque es toda una declaración de intenciones:
“Nadie puede humillarte sin tu permiso” de Eleanor Roosevelt.
“Defiendo mi derecho a prostituirme
-dice Montse Neira uno de los días de firma en la recién celebrada
Feria del Libro de Madrid- le debo todo a la prostitución porque si
no la hubiera ejercido a lo mejor sería una señora que estaría
limpiando, sí, pero no hubiera evolucionado, estaría siempre
debiendo dinero, preferí ejercer la prostitución ante que ir a
Caritas”. Y su respuesta es así de contundente porque procede de
una familia pobre y para ella no parecía haber más futuro que un
trabajo en el servicio doméstico.
Y su libro es como un largo diario de
ágil lectura, construido de recuerdos y descripciones de momentos
importantes en su vida. Desde su infancia hasta su matrimonio y
posterior separación, su ingenuidad frente al amor y la facilidad
para caer en las redes de ese sentimiento y de cómo dio el paso para
entrar en la que hoy sigue siendo su vida y del primer servicio, por
el que ganó 3.000 pesetas en apenas unos minutos, una cantidad que
en su anterior vida tardaba días en acumular.
Tiene su libro un tono de descaro
sincero, lejos de la justificación, ella es así, y así se acepta y
así se confiesa. Y lo hace de tal manera que se refiere incluso a
los profesores universitarios que reconoció mientras cursaba la
carrera porque alguno había llegado a su vida antes, básicamente
había estado en su cama. Y no es un libro alegre, pero tampoco se
puede decir que sea triste. Es una exposición detallada, es una
reivindicación de un modo de vida, tanto, que incluso la propia
autora dice: “Hay gente que piensa que los proxenetas me han pedido
que lo cuente así”.
Y desde otro ángulo se presenta el
libro de Anne Smith, fotógrafa en la actualidad, madre de dos hijos
y mujer de belleza serena. Una novela desgarrada, inspirada en hechos
reales (los que vivió), no apta para mentes con tendencia a la
felicidad continua, ni para los lectores que no quieran encontrarse
metidos de lleno en una historia, real, de dolor.
Anne Smith en la Feria del Libro de Madrid |
Aparentemente es una historia triste,
otra más, de una mujer que cae en la prostitución porque la vida no
le da otra alternativa, en la que suceden todo tipo de actos que para
cualquier otra persona sería insufriblemente humillantes. Realmente
Smith quería, con su libro, hacerse oír frente a una situación que
a fuerza de ser denunciada se ha tornado ¿invisible? Dice la autora
que es algo “de lo que parece que se sabe mucho, pero cuando se
cuentan ciertas interioridades ya no gusta tanto; los hombres que
frecuentan los clubs de alterne solo van a divertirse y no se
preocupan de la vida de una prostituta, que solo tiene que sonreír”.
Y una pregunta tan breve como ¿qué
persigue con su novela? provoca en Anne Smith una cascada de
protestas, reinvindicaciones... lamentos. “Estoy harta -dice la
autora- de que se asesinen prostitutas (estos días se celebra el
enésimo juicio por este motivo), de que se las margine socialmente.
No defiendo la prostitución, defiendo a esos seres humanos que
ejercen este oficio. No la incentivo, sería que mejor que no
existiera pero ahí está...”
La entrevisto a través del chat de una
red social y sus frases se suceden, solo puedo leer. “Algo hay que
hacer -prosigue- para cambiar esta realidad, estoy a favor de la
regularización, de que haya normativas en los locales, que haya un
control sanitario”. No escapará a ningún lector que la historia,
inspirada en hechos reales, es la suya y según voy leyendo sus
frases pienso por qué hay oficios, hipócritamente aceptados, que
imprimen a las que los ejercen un marchamo, el mismo que el de las
reses.
Son dos formas muy diferentes de
abordar una misma temática, teniendo en cuenta que la primera no
solo no reniega, sino que casi abandera la que sigue siendo su
principal fuente de ingresos y la segunda, quiere y tiene todo el
derecho, a dejarla atrás. A Montse Neira la encuentro pletórica en
la caseta de su editorial, sonriente, dispuesta a explicarlo todo, y
de Anne Smith me sobrecoge una última y demoledora frase: “Más de
uno pensará que por haber escrito una novela me creo que soy una
pobre puta que piensa que sabe escribir”. Pero es que resulta que
la puta habla inglés, italiano, francés, portugués y español. Ha
estudiado fotografía y tiene grandes conocimientos de la Historia.
De lo que no se puede dudar es de la
valentía, de ambas, y de la capacidad para lidiar con los prejuicios
ajenos. El resto lo recoge la Constitución, en su artículo 14.
Merche Rodríguez
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