Por Merche Rodríguez
Los casos de corrupción moral,
política y económica que sazonan día sí y día también los
medios de comunicación son el resultado de una queja social macerada
durante años. Las redes sociales han sido el detonador, tímido en
un primer momento, hasta que la protesta ya se ha hecho palmaria
después de perder el miedo a la hora de denunciar situaciones
lacerantes o, directamente, injustas.
Y la Literatura, que históricamente
ha sido precursora de este movimiento reivindicativo, sigue jugando
ese papel. Aunque a veces es tan directa que se arriesga a pasar por
osada. Un ejemplo es la novela, 24 horas de un periodista desesperado, de Pablo Vilaboy, cuando lo que hace es plasmar una
realidad conocida por el propio autor: la de su oficio, el
periodismo, y sus miserias. Pero lo hace en forma de sátira dejando
hueco para una historia de amor entre dos hombres. Demasiado para un
único volumen...
La novela transcurre en un solo día de
la vida de Luis, un periodista que trabaja en un programa de radio y
en otro de televisión. Su actividad, Cultura y espectáculos, le
permite desvelar con un realismo descarado y divertido los paisanajes
de un pase de prensa cinematográfico o los entresijos, no siempre
agradables, de una redacción periodística. Divos y divas,
autoritarios y sufridores en una misma coctelera.
Un estilo que se torna áspero cuando
aborda la situación laboral de una profesión desprestigiada a la
que presenta sometida ante líderes sindicales, que califica como
mafia. Perro no muerde perro. Es una de las primeras normas no
escritas que antes se aprehendían y aprendían en las facultades de
Periodismo y Pablo Vilaboy es “culpable”
de habérsela saltado a la torera y tan solo por un párrafo que
habla de principios e ideales sociales en aras de un bienestar
laboral ejemplar.
-La novela es una historia de amor de un personaje muy concreto, un periodista, que además tiene problemas laborales de los que no se habla habitualmente, es más “no se debe” hablar...
-Sí. No se “debe” hablar porque muchas de las cosas que salen en la novela se las comentas a la gente, independientemente de que trabajen en un medio periodístico o en una empresa de automóviles, y te dicen: 'sí, eso pasa' pero no se suele comentar porque quedas mal o por miedo.
-Pero es una paradoja perversa porque los periodistas somos los que informamos de los problemas de otros y no podemos informar sobre los nuestros, a no ser que la situación sea escandalosa.
-Se debería de hacer un examen dentro
de la profesión para encontrar las razones. Creo que en el fondo la
cosa radica en que, seamos periodistas o no, al final todos cojeamos
del mismo pie y todas las estructuras profesionales cojean del mismo
pie, aunque te dediques a informar sobre el mundo o seas un
administrativo. Al final, todos estamos en una feria de las
vanidades.
-Hay una gran carga crítica hacia los
sindicatos, un colectivo, que como en todos, hay gente buena y gente
mala. Es un gesto valiente.
-Es lo que ha cerrado más puertas a
esta novela, el tema de crítica sindical porque si criticas al
patrón, aunque sea un término decimonónico, caes bien a unos o a
otros. Pero con los sindicatos estamos en la dictadura de lo
políticamente correcto porque como se supone que defienden los
derechos del más débil, queda muy mal sacarles defectos. La labor
sindical es muy buena si estamos en época de crisis, su labor es más
fácil porque defienden lo que quiere la mayoría pero si vamos a un
escenario más estable, ciertas personas dentro de ese colectivo al
final se comportan como una estructura casi, casi mafiosa.
-Aborda también el periodismo
cultural, en el que muchas veces el periodista es un sufridor que no
puede decir realmente lo que piensa pero también está la figura del
que se deja seducir por la industria y termina dictando sentencia.
-En ese mundo, se manejan tantos
intereses de tantas partes... Critico el hecho de que un redactor de
a pie que se encuentra entre la espada y la pared porque no es libre
de decir lo que piensa sobre esa película o ese personaje porque
tiene a alguien por encima que le marca unas líneas de
comportamiento y de libertad de expresión. Y o te quedas sin trabajo
o sin llegar a traicionarte a ti mismo, das tu opinión muy matizada.
Y por otra parte, otra de las cosas que critico dentro de este área,
el periodismo cultural, es que es como el cajón de sastre al que
mandas a la hija de no sé quién que le gusta mucho el cine... Para
hacer información política o económica se intenta encontrar al
periodista indicado, en el cultural los empresarios cogen a quien se
tiene más a mano, solo basta con decir: me gustan los libros. Por
otro lado, creo que hay gente que está más inclinada a dejarse
corromper, porque una cosa es caer en una trampa de divismo o
soberbia, que a todos nos puede pasar, y otra, es llegar a una
determinada posición y adoptar actitudes dictatoriales. Y eso tiene
que ver con la persona, independientemente de que haya conseguido el
poder o no.
-¿El periodismo se desarrolla en un
ambiente demasiado contaminado que podrá tener solución o la
profesión está condenada a cultivarse en ese caldo?
-Mientras no se haga una purga, desde
dentro y desde fuera, creo que no. Creo que sí puede haber entornos
más libres de todas esas cargas que expongo en la novela, pero en
las estructuras más o menos grandes hay determinadas líneas de
comportamiento que se dan.
Cuenta Pablo Vilaboy que muchos
lectores le han preguntado si no son exageradas las situaciones
laborales que retrata y él siempre ha contestado lo mismo: “Lo más
exagerado de la novela es lo más real, y lo que es más normal, es
la ficción. Sin embargo, los colegas que la han leído creen que es
suave. Los buenos profesionales del periodismo se sienten
desencantados y, al final, cumplen con su trabajo y punto, ¿para qué
van a dar más? Porque además de no sentirte reconocido, te
desprecian y te humillan”.
Pero además de ser un retrato de la
profesión periodística, el autor encaja dentro de su relato la
historia de amor de Luis, homosexual para más señas. ¿Demasiado
para un solo libro? Si se contempla como lo que verdaderamente es, la
angustia de la que también se alimenta el amor cuando llega a un
punto de aparente no retorno, en ese momento da igual si quien mira
compulsivamente el teléfono para comprobar la existencia de algún
mensaje nuevo es un hombre o una mujer. Y ese personaje ausente, el
del novio que el protagonista no sabe si seguirá siéndolo, confiere
profundidad a la historia porque dota al personaje principal de
humanidad, con sus defectos, sus virtudes y sus carencias. Como la
vida misma.
Presentación de la novela, el 22 de febrero en la librería Fuentetaja (San Bernardo, 35. Madrid)
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