Llegó la revolución y no nos dimos cuenta pero se instaló en nuestras vidas a través de una manifestación acústica en forma de sonido de móvil. El cable del teléfono se hizo invisible y se extendió todo lo que da de sí un repetidor que es mucho, casi todo. Y le siguió el ordenador, que dejó de ser de sobremesa para hacerse primero portátil y, como los bebés que empiezan a andar, fue teniendo cada vez más autonomía y se vistió con los abalorios wi-fi para permitirnos, dicen sus fabricantes, seguir conectados. ¿A qué? A nosotros mismos y a nuestros egos. Nuestros correos, nuestros medios de comunicación, nuestros medios de ocio, nuestros amigos...
Pero ahí faltaba algo. Los amigos de nuestros amigos, y surgieron, hace casi nada, las redes sociales, asomaron a través de la curiosidad de varios estudiantes de Harvard hace, solamente, siete años. Y se tejieron las telarañas de nombres, enmarañadas, que nos cuentan qué hacen los amigos de los amigos de nuestros amigos. Ya no sólo era hablar de tú a tú en una chat-room o en la hermana gemela, como cualquiera de las que proporcionan las mensajerías instantáneas de Messenger, Google Talk o Yahoo.
Se llenaban de fotografías, permitían saber qué música escuchaba nuestro interlocutor mediante un enlace y nos dejaban ver qué había comentado uno en el perfil de otro. Y las redes se iban perfeccionando, mejorando sus aplicaciones, haciéndose más ágiles, más rápidas. Creciendo. Mientras el resto de usuarios se acostumbraban, nos acostumbrábamos, a usar el Msn como quien consulta su buzón del móvil y ahora ya se da tanto el número de teléfono como el identificador electrónico en el que también podemos estar localizados. Vivimos en una sociedad conectada, en comunicación permanente.
La industria editorial, atenta siempre a las transformaciones sociales, también ha puesto su foco en esos cambios que impregnan todo y que nos conectan con el mundo exterior. “Un cuarto propio conectado” de Remedios Zafra (Fórcola Ediciones) y “Socialnets” de José Antonio Redondo (Península) son dos de los últimos títulos que exploran el universo digital. Decir que son dos libros de fondo de estantería no es un tópico, es constatar una realidad.
El primero es un valioso aporte que hace reflexionar sobre el yo cibernético, quiénes somos y cómo nos gestionamos a nosotros mismos en la red. Somos cuartos que se conectan con otros cuartos. El segundo es una guía, cristalina, impecable, que pone en orden todo lo que se sabe sobre las redes sociales, por qué son lo que son y cómo nos hacen ser a nosotros. No conozco a los autores, pero sí a sus editores, y responden, estos dos libros, a la forma de ver la vida de dos excelentes profesionales de las letras escritas, Francisco Javier Jiménez y Manuel Fernández Cuesta, que perciben la realidad de formas diferentes y que se complementan a la perfección. El lector tiene la oportunidad de tener una panorámica clarificadora con estos dos libros.
Sabía de su publicación, lógicamente, con meses de antelación, en el mismo momento en el que yo ultimaba un reportaje de dos años, también sobre la comunicación en la red, sobre el uso de las nuevas herramientas con las que nos conectamos con extraños, al otro lado de una pantalla que puede estar en cualquier sitio. Es la fascinación que ejerce la red, la que me provocó a mi, quedará plasmada en las páginas de un libro que se publica el año próximo, al que doy los últimos retoques.
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