viernes, 21 de octubre de 2011

Gris lituano


En las guerras la población muere por las cosas más absurdas: estás en el sitio equivocado ante la persona equivocada y estás muerto. Y de la misma manera, se salva por azares del destino. Ruta Sepetys pudo nacer porque a su abuelo, un oficial del ejército lituano, un amigo le debía un favor y cuando los soviéticos invadieron el país y sacaban a los ciudadanos de sus casas para conducirlos al terrible exilio siberiano, esa amistad permitió que la familia se salvara pudiendo escapar horas antes de que fueran a por ellos y huyeron, primero, a Polonia y después a Austria. Iniciaban entonces un periplo que finalizaría en Estados Unidos, después de permanecer nueve años en campamentos para refugiados.



La familia de Ruta se libró del escalofriante viaje a las frías tierras soviéticas, se libró del hacinamiento en los vagones, del hambre y de la falta de cuidados médicos; de los extremos campos de trabajo en los que se almacenaban personas que terminaban convirtiéndose en cadáveres andantes. Se libraron de humillaciones y violaciones y del silencio impuesto porque todos los lituanos que volvieron, años después a un país que ya no era el suyo, se arriesgaban a una muerte segura si relataban la pesadilla que habían vivido. Lituania desapareció del mapa hasta 1990, año en el que recuperó su independencia y esas historias, las de todos los hombres y mujeres sin nombre ni rostro, se perdieron en el territorio nebuloso del olvido. Por eso, cuando Ruta Sepetys tuvo conocimiento de ellas, primero investigó y después, escribió, y el resultado es “Entre tonos de gris” (Maeva), una novela que se publicará en 27 países, excepto en Rusia.

Sepetys, productora musical en Estados Unidos, viajó dos veces a Lituania, “en 2005 y 2006 -asegura la autora- para hablar con supervivientes, familiares (el resto de sus parientes se quedaron allí), funcionarios estatales y psicólogos. Después de 50 años, el dolor y el miedo persiste como si Stalin siguiera sometiéndolos”.

En una de sus estancias en el país europeo se encontró con un grupo de estudiantes que pensaban llevar a cabo un experimento de simulación, “estarían presos en un cárcel durante 24 horas -dice Ruta Sepetys, que se agregó para poder experimentar lo que habrían vivido amigos y familiares- y firmé un documento renunciando a una serie de derechos. Me pegaron y cuando lo hicieron algo cambió en mi vida. Tardaron cinco minutos en doblegarme y pasé a un estado de autoconservación, solo me preocupaba por mí”. Confiesa que no reaccionó como ella siempre había pensado que lo haría si tuviera que vivir una situación límite y recuerda que “un estudiante me pidió ayuda y yo fingí no oírle, pasé de largo y dejé tirado a un ser humano. Comprendí que no hubiera sobrevivido ni cinco minutos en Siberia”.

Y con toda la información recabada y su propia experiencia, creó una historia de personajes ficticios inspirados en las narraciones que había escuchado de boca de los propios supervivientes. Una historia sostenida por el amor, ya no solo el que nace entre los jóvenes protagonistas, Lina y Andrius, sino por el que se demostraron los unos a los otros para protegerse de los rigores a los que les habían condenando. Una novela oscuramente luminosa que rescata la memoria de los que lo perdieron todo.

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