En las guerras la población muere por
las cosas más absurdas: estás en el sitio equivocado ante la
persona equivocada y estás muerto. Y de la misma manera, se salva
por azares del destino. Ruta Sepetys pudo nacer porque a su abuelo,
un oficial del ejército lituano, un amigo le debía un favor y
cuando los soviéticos invadieron el país y sacaban a los ciudadanos
de sus casas para conducirlos al terrible exilio siberiano, esa
amistad permitió que la familia se salvara pudiendo escapar horas
antes de que fueran a por ellos y huyeron, primero, a Polonia y
después a Austria. Iniciaban entonces un periplo que finalizaría en
Estados Unidos, después de permanecer nueve años en campamentos
para refugiados.
La familia de Ruta se libró del
escalofriante viaje a las frías tierras soviéticas, se libró del
hacinamiento en los vagones, del hambre y de la falta de cuidados
médicos; de los extremos campos de trabajo en los que se almacenaban
personas que terminaban convirtiéndose en cadáveres andantes. Se
libraron de humillaciones y violaciones y del silencio impuesto
porque todos los lituanos que volvieron, años después a un país
que ya no era el suyo, se arriesgaban a una muerte segura si
relataban la pesadilla que habían vivido. Lituania desapareció del
mapa hasta 1990, año en el que recuperó su independencia y esas
historias, las de todos los hombres y mujeres sin nombre ni rostro,
se perdieron en el territorio nebuloso del olvido. Por eso, cuando
Ruta Sepetys tuvo conocimiento de ellas, primero investigó y
después, escribió, y el resultado es “Entre tonos de gris”
(Maeva), una novela que se publicará en 27 países, excepto en
Rusia.
Sepetys, productora musical en Estados
Unidos, viajó dos veces a Lituania, “en 2005 y 2006 -asegura la
autora- para hablar con supervivientes, familiares (el resto de sus
parientes se quedaron allí), funcionarios estatales y psicólogos.
Después de 50 años, el dolor y el miedo persiste como si Stalin
siguiera sometiéndolos”.
En una de sus estancias en el país
europeo se encontró con un grupo de estudiantes que pensaban llevar
a cabo un experimento de simulación, “estarían presos en un
cárcel durante 24 horas -dice Ruta Sepetys, que se agregó para
poder experimentar lo que habrían vivido amigos y familiares- y
firmé un documento renunciando a una serie de derechos. Me pegaron y
cuando lo hicieron algo cambió en mi vida. Tardaron cinco minutos en
doblegarme y pasé a un estado de autoconservación, solo me
preocupaba por mí”. Confiesa que no reaccionó como ella siempre
había pensado que lo haría si tuviera que vivir una situación
límite y recuerda que “un estudiante me pidió ayuda y yo fingí
no oírle, pasé de largo y dejé tirado a un ser humano. Comprendí
que no hubiera sobrevivido ni cinco minutos en Siberia”.
Y con toda la información recabada y
su propia experiencia, creó una historia de personajes ficticios
inspirados en las narraciones que había escuchado de boca de los
propios supervivientes. Una historia sostenida por el amor, ya no
solo el que nace entre los jóvenes protagonistas, Lina y Andrius,
sino por el que se demostraron los unos a los otros para protegerse
de los rigores a los que les habían condenando. Una novela
oscuramente luminosa que rescata la memoria de los que lo perdieron todo.
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