La mirada



Al artista, por su obra

Por Luis Conde Martín
Una exposición superferolítica, inabarcable y desopilante del genio del grafista Mariscal, que deslumbra una vez más con esta muestra completísima para disfrutar durante el verano caluroso de Madrid.

Instalada en colaboración con la Fundación CatalunyaCaixa, se exhiben productos desde sus inicios con “Los Garriris” en los tebeos underground de la década de los setenta, hasta su superproducción “Chico & Rita” con el cineasta Fernando Trueba.

Algo que deslumbra y fascina son algunos de los objetos industriales diseñados por Mariscal a lo largo de su ya vasta producción creativa, que se muestran de cerca para apreciarlos en su perspicacia y originalidad.

Y una cosa que destaca nada más entrar a la gran sala de exhibición es un muro de letras-logotipos superpuestas como mesas, macetas, valladares y decoración. Las letras del alfabeto-lenguaje con las que el creador inicia sus geniales obras convertidas en puntos de partida o de llegada.

También sorprende y sumerge en su mundo, la entrada a la exposición que se hace a través de un conjunto de tiras de papel con dibujos y bocetos, que cuelgan del túnel por el que se accede y que evoca uno de lavado de coches, para que el que ingresa a la sala se limpie de prejuicios y disfrute en su pureza primigenia.

Dibujos, diseños, bocetos, esculturas y objetos compiten en creatividad y atraen al visitante, que se ve abordado por un conjunto tan fascinante como evocador de la magia, el arte y la ensoñación que brotan de un cerebro en continua efervescencia, que no ceja y persiste en su afán de originalidad constante.
En esta muestra está TODO-MARISCAL y quien la recorra gozará con algo tan lúdico y sorprendente, como instructivo y sugerente, que aportará conocimientos y sobre todo dosis de ilusiones creativas y disfrute con una obra potencialmente soñadora y transformadora.

¡A disfrutar durante el verano madrileño con el gozo visual de un genio impar!

En el Museo Abc, hasta el 19 de septiembre de 2012.

La dama de los animales

Por Merche Rodríguez
A Katherine Pancol la fama y las grandes cifras de ventas le alcanzaron en 1979, cuando era una joven de 25 años, y en 2006 le invadieron de tal forma que la autora francesa, de origen marroquí, supo que esas dos ventajas (éxito y ventas) habían llegado para quedarse. Ahora presenta en España la primera novela que escribió, Yo primero, con la que empezó todo y de la que vendió medio millón de ejemplares.

Pancol es rubia, de ojos azules y de belleza atemperada por el tiempo. Una imagen contra la que tuvo que luchar en su día porque una mujer como ella no podía, además, triunfar por su inteligencia. A la novelista no se le ocurrió otra cosa que escribir un libro, con tintes autobiográficos, en el que hablaba sobre la liberación de la mujer y obtuvo algunas críticas condescendientes.

“Pero me sentí protegida por mi editor y por algunos grandes periodistas”, asegura durante la reunión que mantuvo esta semana en el Hotel Palace con los medios madrileños. Tal vez esa situación no le hizo ser consciente de que realmente era una escritora que iba acumulando lectores porque “hasta el cuarto libro no dije soy escritora” explica para añadir que “aprendí a escribir escribiendo”.

Hoy nadie duda de su valía. Más de millón y medio de ejemplares vendidos la avalan y es conocida y reconocida por la que han dado en llamar trilogía animal: Los ojos amarillos de los cocodrilos, El vals lento de las tortugas y Las ardillas de Central Park están tristes los lunes, todos ellos publicados en España por la editorial La Esfera de los libros.

Y precisamente esa posición que le ha procurado una gran estabilidad económica es la que le ha permitido ser auténticamente libre. Porque la coherencia en su discurso es palpable, llama a las cosas por su nombre, no le duelen prendas cuando cuenta que creció en una familia que no era del todo normal en la que casi podía hacer cualquier cosa siempre y cuando sacara excelentes notas, y muy pronto puso de manifiesto su independencia, a los 17 años ya vivía sola en París, aunque confiesa “que no encontré mi sitio hasta los 20”.

Cinco años después escribió su primer éxito, vivió en Nueva York, se casó, tuvo dos hijos, se divorció, siguió escribiendo y se convirtió en lo que es hoy en día: una de las más afamadas escritoras francesas. “La fama no me ha cambiado -asegura Pancol- y sigo trabajando igual porque para mí escribir es como respirar”.


Las muñecas rusas de Paloma Sánchez Ibarzábal

A Paloma Sánchez Ibarzábal la conocía en su faceta como escritora para primeros lectores pero no sabía lo que llevaba dentro como novelista para edades más adultas. La conocía en esa faceta que a mí me fascina porque escribir bien para niños es muy difícil y no está al alcance de cualquiera transformar un terror infantil en una historia llena de magia como hizo en Cuando no encuentras tu casa (OQO), uno de sus últimos títulos.
Y dando una vuelta de tuerca  más ha escrito “Ecos. Historia de los cuentos borrosos” (Editorial San Pablo), una supuesta historia juvenil que se enmarcará en ese tramo de edad porque los protagonistas son jóvenes y hacen cosas de jóvenes ...o no. No creo, personalmente, que sea exclusivamente una novela juvenil porque además se tiene que dar la circunstancia de que esos adolescentes tengan una serie de inquietudes en su cabeza y se pregunten qué somos y sobre todo: ¿quiénes somos?

La portada ya da una pista de lo que se encontrará en el interior porque reproduce uno de los dibujos de Maurits Cornelis Escher, más conocido como M. C. Escher: unas manos que se pintan a sí mismas y parecen querer salir de la hoja de papel en la que ellas mismas se dibujan la una a la otra sin saber cuál de las dos empezó primero o qué mano prevalece sobre la otra como una espiral sin principio ni fin, en eterna paradoja. Cuando terminas la novela, con un final que para algún lector puede ser previsible (aunque, sinceramente, es lo de menos) un pensamiento tentador se aparece fugazmente: “¿Seré quién creo ser?” Obviamente, sí, y en caso contrario, afortunadamente, no lo sabría.

El argumento es complejo por los actos de los personajes. Es una novela coral en la que brillan Clara, Juan Carlos, Camilo Lemprú y Lucía que no es tal sino Belinda; a los que se suman dos narradores omniscientes: Félix de Tena y Ramón Cañizares y dos ciudades, tan protagonistas como los personajes: Madrid y Santander. Y con esos mimbres, construye Paloma Sánchez Ibarzábal una historia en la que hay una novela contenida dentro de otra que a su vez es el germen de otra.

Explicar la trama es destripar Ecos pero sin deslavazarla se puede decir que las personas no solemos responder solo a la apariencia que damos de nosotros mismos porque esa imagen puede estar mediatizada por las circunstancias y Clara, por ejemplo, que piensa que Juan Carlos no tiene sangre en las venas, descubre que su interior bulle como una olla a presión y a ella, que se creía por encima del bien y del mal, se le bajan los humos, lo suficiente como para encontrarle a mitad de camino: el que hay entre su atalaya personal y el pozo en el que cree que vive el callado vecino, anodino a sus ojos, sin nada interesante que contar.

Y todo comienza porque Clara encuentra, por casualidad, un cuaderno que le descubre una historia demasiado parecida a su propia vida y piensa, predispuesta por una tonta soberbia, que su vecino está secretamente enamorado de ella y la espía. De ahí a enlazar a los ocho personajes en una misma historia hay una novela: Ecos. Como las muñecas rusas. Pero, ¿qué muñeca contiene al resto? e, incluso, ¿se puede llegar a la última? De ahí que los cuentos sean borrosos, como reza el subtítulo de la novela, porque la realidad se difumina y los personajes pueden llegar a preguntarse ¿mi realidad es real o es producto de otra mente?

Y con un argumento tan bien hilado, en el que la acción flojea en tan poco momentos que casi no se nota, destaca mucho más la ausencia presente de las ciudades. En Madrid habitan Clara y Juan Carlos que viajan a Santander porque algo que ellos identifican como una pista les descubrirá la identidad del que parece saber tanto sobre sus propias vidas. El argumento es tan intenso y las ciudades son tan importantes que la falta de datos sobre ellas se nota mucho más. Los personajes son como son porque sus lugares de residencia les hacen ser así y sin embargo, no se oye el bullicio de Madrid ni se huele la bahía de Santander. No oprime el eterno ajetreo madrileño ni se percibe en su totalidad la noche santanderina de un viernes en la capital cántabra y, sin embargo, ahí transcurre parte de la vida de Clara, Juan Carlos, Camilo y Belinda.

Dicen que todos los escritores escriben un libro en su vida y el resto son aproximaciones al Libro, espero, por el alma inacabada de Madrid y Santander, que Ecos no sea el de Sánchez Ibarzábal y que sea la antesala de lo que está por llegar. Un difícil reto pero la que se ha puesto el listón tan alto ha sido la propia autora.

El hombre que se enfrentó a Carlomagno

Recientemente he leído en una columna, concretamente la que el escritor Pedro de Paz publica en Culturamas, que una lectora le había dicho que los libros terminan reflejando a sus autores. En ese caso se refería a él, pero de una forma u otra termina aplicándose al resto de escritores. Plasman algo de sí mismos ¿el qué? Ese dato o bien lo da la lectura del libro o bien el conocimiento del novelista. No conozco en persona al autor del libro que motiva este texto: Artur Balder. Le he entrevistado, telefónicamente, cuando publicó Curdy y la Cámara de los Lores (Montena) en 2007 y he seguido su trabajo desde la distancia, y se le intuye meticuloso y perfeccionista, aunque ambas cualidades redunden la una en la otra. Y sin embargo en “El evangelio de la espada” (Edhasa) sí he percibido esas dos facetas, sin redundancia, es más, no es que molesten es que el texto lo pide y hay que ser bueno para concedérselas sin que se note.

En algunas ocasiones, cuando leo una novela, apenas consulto documentación que me “intoxique”, como quien llega sin prejuicios a un texto sin saber qué se va a encontrar más que la poca información que ofrece la contraportada. En esta ocasión, incluso leí la nota de prensa rápidamente, sin apenas asimilar los datos que el propio autor aportaba, solo quería saber algo del argumento. Nada más. E hice bien.

Y la historia se resume rápido. Las editoriales disponen de equipos de redactores y expertos en marketing que son capaces de hacerle un guiño al lector para, con dos o tres párrafos de presentación del libro, decida comprar uno de los ejemplares. Y cuando lo que venden es bueno ese trabajo se transforma en algo sencillo. “El evangelio de la espada” es el primer título de una saga dedicada a Widukind, el personaje que se enfrentó al todopoderoso Carlomagno y después de 20 años de lucha terminó rindiéndose al cristianismo que se le imponía por la fuerza. El relleno que oculta esta somera descripción contiene la clave para saber por qué la lectura de la novela se convierte en una adicción.

Al principio me angustió tanta oscuridad, la que rodea al narrador: la voz de Angus de Metz, un hombre porque es masculino pero que realmente es solo un monje entregado voluntariamente a sus votos después de desprenderse de las emociones viriles que podrían haberle convertido en otro hombre más de esa época (siglo VIII): luchando por el poder entre los de su sexo y por la mujer o mujeres que le atrajeran. Pero Angus es eso: un monje con un alma tan bien construida que a veces olvidas que lees una novela y piensas que espías un diario auténtico y las tinieblas en las que se mueve aparecen tan nítidas que acongojan. Y es igualmente el péndulo que marca el compás al que se mueven tanto Widukind como el resto de personajes.

La construcción de su personalidad es rotunda, igual que la de Remigio, su guía espiritual que se me antoja voraz devorador de esencias humanas, siniestro; la del propio Widukind al que solo le reprocho que pase de niño a hombre tan rápidamente, un hombre llamado a ser también líder, hecho de una recia capa de dureza que con el paso del tiempo irá encargándose de ocultar la ternura infantil que en su día pudo tener, las féminas, entre las que destacan la de Magatha, esposa de Angus (se encuentra obligado a casarse con ella para salvar el poco honor que le queda), y pasa de ser víctima a convertirse en verdugo; la de Gunilda, madre del protagonista de la saga, la mujer que se debate entre sus deberes como esposa de señor feudal y sus sentimientos maternos o la de la propia esposa de Widukind: Swanhild, la única que tiene capacidad para conseguir que los fríos ojos azules de su esposo brillen; incluso la del resto de personajes tanto los importantes como los secundarios, son auténticas exploraciones del alma en las que el autor parece haber navegado para desplegar el abanico de emociones que todo hombre (como ser humano) alberga en su interior. Sus virtudes y sus defectos, sus contradicciones y sus aciertos. El lado más oscuro al que nadie tiene acceso.

“El evangelio de la espada” es un retrato detallista, de un momento determinado en el que conviven unos personajes concretos. Es un universo en sí mismo en el que asoma el trabajo de documentación de años que Artur Balder ha encajado como una labor de ebanistería en la que no se notan las juntas. Solo por este altas humano ya merece la pena la lectura, porque a los amantes de la novela histórica la época y temática ya les atraerá.

El hecho de que el personaje que ha llegado hasta nuestros días como héroe de la cristiandad tuviera frente a él a un guerrero sajón, pagano para más señas, al que tenía que doblegar, ya de por sí era una novela: la mera historia de guerras, desolación, muertes salvajes, hombres atrapados en un destino de crueldad para con el contrario, tiempos de espadas que asemejan cruces invertidas, el oscurantismo y la sumisión en la que viven los débiles, la lucha de religiones que no era más que la lucha por el poder tanto político como territorial y que pone los cimientos de la Europa que después se transformó en la sociedad en la que vivimos hoy en día. Todo eso ya era una novela. Balder, además, le ha dotado de profundidad, le ha puesto alma.


La otra expedición de Edurne Pasaban

Ya ha empezado su periplo la alpinista Edurne Pasaban. Nuevamente al Himalaya, nuevamente una expedición, nuevamente una cumbre, nuevamente una superación personal. Un nuevo encuentro con ella misma que es lo que debe suponer estar a más de ocho kilómetros de distancia, en vertical, del punto en el que se encuentran los tuyos. Por muy acompañado que se vaya, debe de sentirse muy solo uno ahí arriba, un sitio en el que el oxígeno que el organismo necesita para seguir funcionando no llega en raciones tan generosas. Debe ser el sitio en el que se encuentre con ella misma aunque se apoye en las “muletas” que le puedan proporcionar su sherpa y compañeros de ascensión. Pero la que tiene que poner la bota en la cima es ella.

Tal vez ese autocontrol es el que le hace enfrentarse con total naturalidad a una rueda de prensa sentada frente a un grupo de periodistas que le plantean por qué hace lo que hace y cómo lo hace. Esa expedición, la de su libro Catorce veces ocho mil (Editorial Planeta) la emprendió el pasado mes de marzo e hizo escala en tres ciudades, Madrid, Barcelona y San Sebastián. Y Pasaban responde templando, argumentando, con la sonrisa a punto, volviendo alguna que otra vez sobre la misma cuestión, defendiendo el deporte y al deportista (en el punto de mira mediático por los últimos casos de dopaje).

Pero en esa expedición hace hincapié Edurne Pasaban, a la que se conoce internacionalmente por su hazaña al haber coronado las catorce cumbres más altas del planeta, en que también se la reconozca como ser humano, como ella misma, como la mujer que es, independientemente de que le atraigan la soledad y la altura de los picos a los que pocos pueden llegar.

Si la montaña la ha retratado como deportista de élite, el libro que ha firmado junto con Josep Maria Pinto la muestra a ella, en su totalidad. E insiste en ese mensaje como si quisiera que quedara cristalinamente claro y en el encuentro con los periodistas madrileños surge la persona cuando le preguntan si alguna vez piensa que puede tener un accidente, y ante la palabra muerte, contesta que si un alpinista pensara en ella no se dedicaría a lo que se dedica. Ninguno la dice en voz alta, es una palabra que no se menciona pero todos la tienen en mente. Le tiene el respeto que aconseja la responsabilidad del que se reta a sí mismo y no le da más importancia, ni menos. Ha elegido una profesión en la que está presente y convive con ello.

Contó también en marzo lo que ha empezado a relatar en su blog: esta vez el objetivo es coronar la cima más alta del planeta, el Everest, a pleno pulmón. Parece baladí ascender con oxígeno y me sorprendió su paciencia cuando indicó “escalar así a 8.000 metros es como si lo haces sin ello a 5.000”. ¡Como si fuera fácil hacerlo a cinco kilómetros en vertical! Y viéndola, parece que puede ser hasta sencillo, nada más lejos. Vestida de sport, pero cuidando la imagen, alta, fibrosa, de movimientos suavemente rotundos y presta, en todo momento, a atender a la Prensa. Ahora ya está en su expedición.


Él y su circunstancia, todo uno

Cuando llegué al hotel sabía que no tendría mayor problema en encontrar a Albert Llovera. Iba a pasar toda la jornada con él de cara a la presentación a los medios de su libro “No limits” escrito al alimón con el escritor Jordi Cantavella. Si ya de por sí cuando se promociona a un autor y su obra uno acude al lugar documentado y conoce el rostro de la persona por fotografías visionadas previamente, en este caso había un elemento que garantizaba el reconocimiento: su silla de ruedas.

Albert Llovera es piloto de rallies, además de parapléjico. Lo que no esperaba era encontrármele cruzando a toda velocidad el vestíbulo del hotel camino del ascensor. Le llamé: “¡Albert!” y giró sobre sus ruedas. “Soy Merche Rodríguez”, le dije. Nos presentamos y me emplazó a que le esperara, tenía una reunión, que estaba finalizando, con algunos de los directivos de la marca que pilota en los campeonatos, Fiat. “En unos minutos estoy aquí”, me dijo y desapareció camino de su habitación. En Llovera todo es movimiento. Su día, cuando trabaja, es propiedad de una agenda repleta de reuniones, llamadas telefónicas y correos electrónicos.

A los pocos minutos reapareció, dispuesto a la jornada madrileña que le esperaba: algo más de 20 entrevistas entre emisoras de radio, cadenas de televisión, agencias, encuentros virtuales, periódicos... por teléfono, en el mismo hotel o en cualquiera de los muchos medios de comunicación que se interesaron por él y por el libro.
El primero, era en las instalaciones que Radio Nacional de España tiene en el recinto de Prado del Rey y hasta allí nos dirigimos en un taxi acondicionado para su silla, igual que el resto de los vehículos que usamos ese día. Ya lo daba por hecho, pero allí lo confirmé: es autosuficiente.

La silla solo le coloca unos centímetros más abajo de su interlocutor, necesita ayuda para subir y bajar del coche y para sujetarla en los anclajes del coche que le traslade, y poco más. Cuando me quise dar cuenta iba por delante de mí en el interior de la emisora y tuve que apretar el paso. De hecho a la salida se tiró rampa abajo hasta el taxi que nos esperaba para devolvernos al hotel donde seguiríamos con las entrevistas acordadas e instintivamente tuve la intención de echar a correr detrás de él, cosa que no hice. De hecho, pensé: “Como no frene se saldrá de la acera”. Pensamiento erróneo porque la silla es casi parte de su organismo que controla igual que hace con sus manos o su cabeza. Cuando llegué al taxi, él ya casi estaba instalado.


El resto de la jornada transcurrió de manera sencilla. Albert Llovera es un hombre sonriente, positivo ciento por ciento, divertido y colaborador. Y tiene una personalidad tan arrolladora que llega un momento en el que te olvidas de que acompañas a una persona en silla de ruedas porque si encuentra algún obstáculo o se siente incómodo apenas lo percibes, en cuestión de segundos termina encontrando una solución. Si tú enfilas unas escaleras cuando te quieres dar cuenta él ha encontrado un camino expedito y a poco que te descuides te está esperando. Bromea con su situación como cuando le dijo a uno de los taxistas que nos condujo de vuelta de la Cadena Ser, cerca de las dos de la madrugada. “No haga carreras -le dijo quedamente al conductor- ¡que ya las hago yo!”.
No tiene reparo en hablar de su discapacidad, sea cual sea la faceta de su vida a la que le afecte. En su libro habla abierta y sinceramente de cómo vive un parapléjico, su día a día, sexo incluido. Le pregunté si alguna vez le resultaba cansado volver y una otra vez sobre su propia historia y me sorprendió cuando contestó que “alguien tiene que hablar sobre estas cosas y a mí no me importa”. Es más, casi lo prefiere, como si fuera una terapia crónica que el describe de la siguiente forma: “Tengo la información en el disco duro, tiro de ella, y cuando termino vuelvo a archivarla”.
Pareció sorprenderse de que su historia, “No limits”, interesara a tantos periodistas de medios tan diferentes y respondió a todas y cada una de las preguntas que le hicieron como si fuera la primera entrevista del día. Bromeó, jugó ante las cámaras y, creo, que se divirtió. En más de una ocasión hizo uso de ese verbo como el que está acostumbrado a simultanear diversión con trabajo. Al fin y al cabo es una buena forma de encarar la vida. Sus malos momentos, que los tendrá como todos, se los reserva para él.

No limits”, publicado por la Editorial Planeta, narra la historia del piloto de rallies andorrano Albert Llovera. Desde el accidente en un campeonato de esquí hasta los últimos campeonatos disputados. Fue el primer piloto del mundo discapacitado en conseguir la licencia para participar en pruebas oficiales en las que ha competido contra Carlos Sainz o Sebastian Loeb, entre otros (este último, autor del prólogo del libro). “No limits” retrata a un hombre valiente y decidido que optó por integrar en su vida la silla de ruedas en la que se mueve desde que tenía 18 años y después de estudiar ortopedia y abrir una tienda en Andorra, cursó estudios de Ingeniera Gráfica y se convirtió en piloto de rallies, habiendo participado también en el Dakar.
En el libro descubre su faceta gamberra pero también la seria, la de la persona que termina algo cuando lo empieza, su faceta como padre, marido (cuando lo fue) y parapléjico. En este último aspecto, destaca su labor en los trabajos de Urbanismo que se acometen en su país, supervisando que los proyectos importantes tengan en cuenta las necesidades de los andorranos que se desplazan en silla de ruedas.