sábado, 5 de noviembre de 2011

La cotidianidad sublimada


Hay libros que, simplemente, son literatura. Nada más y nada menos. Recorren una historia, y mientras lo hacen, la crean. La narración le descubre al lector imágenes, le permite percibir sentimientos, oler lugares e incluso escuchar a los propios personajes, empatizar o no con ellos, como cuando a uno le cuentan una historia de algo que ha sucedido y por haber ocurrido suscita comentarios, porque la realidad le confiere credibilidad y es el aval del que disfruta para provocar una opinión en el oyente. Lo imaginario es solo eso, imaginación hecha palabras. 





"Baruc en el río" no es solo imaginación aunque sea lo que es. Dos días en la vida de una familia, dos días que cambian sus vidas para siempre. Un hijo, Baruc, que se escapa de casa por una fruslería, una preocupación que se transforma en angustia vital y sin ser escandalosa suena como un estruendo, con la discreción propia del que es y se siente humilde, pero no por eso menos importante. Y la fuga del hijo mayor de la familia, trastoca una existencia anodina y, alterada y sin control, se destapan los secretos que todos albergamos, los que sacados de contexto pueden o no tener trascendencia pero en la intimidad del núcleo familiar constituyen un ataque en toda regla a la línea de flotación. 

"Baruc...", del escritor vallisoletano Rubén Abella, es la normalidad de la vida hecha literatura y cuando la cotidianidad se transforma en novela, se sublima. La historia de Baruc la cuenta su hermano pequeño, Hugo, tres décadas después de los hechos que narra haciendo un ejercicio de memoria que le transportan a su propia vida, pero a la que él recuerda porque fue la que interpretó mientras la vivía y así se instaló en su memoria, confiriéndole, a partir de ese momento, el estatus de lo ya vivido. 

“Somos lo que recordamos” escribe Abella atribuyéndoselo a su personaje Hugo, una de las sentencias con las que trufa la novela, una más heredada de una abuela recordada, porque en los días que relata ya había fallecido, pero que retratan a la familia protagonista: cuatro personas de honor, dignos y congruentes consigo mismos. Sin grandes alteraciones superficiales, apoyados en pocos cimientos pero muy sólidos y así los definen las sentencias lapidarias, las imágenes que sustituyen a las grandes descripciones : “Mentir no es mentir cuando se hace por supervivencia”, “Nada se arregla solo”, “Un hombre es las cosas que no hace”. Es también “Baruc en el río” una novela de grandes personajes secundarios, de fuerza discreta, que aclaran los detalles que se pierden en la panorámica. 

El autor, finalista del Premio Nadal con su segunda novela “El libro del amor esquivo”, conduce a sus personajes a un abismo al que pueden caer o, sencillamente, alejarse. Está en sus manos decidir qué vida quieren tener y es lo que hacen, como si el autor fuera un mero espectador que solo narra lo que le contaron, porque los seres de ficción que ha sabido crear son tan fuertes que son los dueños de su propia existencia. 

Sinopsis: “Baruc en el río” (Destino) está ambientada en agosto de 1980 y narra los dos días que vivió un adolescente de quince años que se escapa de casa, después de una pelea doméstica con su madre. Narrada, treinta años más tarde, por su hermano pequeño Hugo, en una crónica elaborada a través de sus propios recuerdos y de los que vivieron esos dos días.

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