ENTREVISTA
Por Merche Rodríguez
Andrés Pascual es un abogado que
escribe o un escritor que se mueve entre togas, que lo mismo da. El
caso es que hace cinco años llegó al circuito literario y en él se
quedó una parte de su yo, el que se enfrenta a la temible hoja en
blanco y la llena de palabras que nada tienen que ver con el lenguaje
jurídico. En 2007 conquistó a más de cien mil lectores con su
primera novela El guardián de la flor de loto y la editorial
que lo descubrió, Plaza y Janés, lo revalorizó dos años después
cuando, con El compositor de tormentas, se convirtió en
finalista del Premio de Novela Ciudad de Torrevieja. Después
llegaría El haiku de las palabras perdidas que ha terminado
de consolidarle.
Hoy, Andrés Pascual ya no es el
letrado de Logroño incorporado a la nómina de nuevos autores
de una gran editorial, sus ventas le preceden y en los tiempos que
corren es aval mucho más que suficiente porque desafortunadamente la
crisis le ha dado tal zarpazo al sector editorial que en los
mentideros se habla de ventas que apenas superan los quinientos
ejemplares en títulos que años atrás habrían superado con holgura
el puñado de miles. Desalentador.
Sin embargo, Pascual ha sabido conectar
con el público que todavía sigue comprando libros y los suyos
parecen ser de los que gustan. Tanto que ha cambiado de editorial,
Planeta le fichó hace unos meses, pero su temática sigue siendo
parecida y las cifras de ejemplares vendidos tampoco han erosionado
sus maneras. Como si el último lustro no le hubiera transformado.
Su última novela, El sol brilla por la noche en Cachemira, se recrea en la esperanza de que todos
somos dueños de nuestro propio destino, por muy inhóspito que nos
parezca y aunque después de su lectura nos enfrentemos a la dura
realidad, deja un poso de bienestar. Inocente, iluso incluso, pero lo
deja. Como el que elige ver el vaso medio lleno y esa, siempre, es
una opción personal.
En El sol brilla..., David
Sandman se refugia en Cachemira, como observador de Naciones Unidas,
huyendo de su propio dolor y allí conoce a Aurore, una enfermera que
le cuida después de ser herido en una escaramuza. Ambos, dice el
propio autor, son dos náufragos. Porque, al final, nada es lo que
parece y la vida más plena a simple vista, puede ser la que adolezca
de más carencias. Y el secreto estriba en asumirlo para encontrar el
equilibrio.
- ¿Por qué este libro ahora? Parece
como si estuviera arreglando cuentas consigo mismo.
- La verdad es que después de todo lo
bueno que me ha pasado me sentía un poco en deuda y este libro ha
sido la vía para volcar todas las enseñanzas que he ido metiendo en
la mochila. En este caso, he volcado todo lo acumulado . Responde a
un sentimiento de gratitud para demostrar todas aquellas ventanas por
las que me he asomado y me han ayudado a crecer. La paz verdadera no
se consigue en un estado de paz, se consigue a partir de un corazón
sereno en mitad del caos en el que bregamos.
- Retrata una situación límite, la de
dos personajes que han sumado un cúmulo de “errores”, ¿somos
siempre así los seres humanos, reaccionando en una situación
claustrofóbica?

- Es un libro bastante inclasificable,
¿no? Una fábula, un libro de autoayuda, un cuento, una
inspiración...
- No es un libro de autoyauda porque no
ofrece un decálogo para alcanzar la felicidad, pero sí tiene mas
frases para subrayar que El alquimista de Coelho me dijo Francesc
Miralles y para mí fue el mejor de los cumplidos. Es una historia de
dos personas, que desde el momento en el que empiezan a compartir
empiezan a contemplar la vida de otra forma, sin estar solos.
- Recuerda a El paciente inglés,
¿se inspiró en esa película?
- Lo bonito de la película y lo bonito
del libro es que no hay un maestro ni una alumna, hay dos náufragos
en una isla desierta rodeados de un océano de enseñanzas milenarias
pero a través de la comunión de esta noche, empiezan a contemplar
las cosas con una nueva luz.
- Y, ¿los finales no siempre son
buenos?...
- Se dan cuenta de que pueden vivir una
vida entera en una sola noche y que el tiempo se mide en acciones y
no en horas, aprovechan la oportunidad de amar, dure un año o cien,
tenemos todo demasiado tamizado por la tiranía del reloj, peo el
final es feliz para ambos, ambos vuelven a nacer. Desde el momento en
el que se vuelca en ella, él habrá permanecido. Si tememos tanto a
la muerte es porque consideramos la vida como una posesión, y no es
así, es un regalo. Con este libro puedo decir que Tibet me enseñó
a pensar, Japón a sentir y Cachemira a encarar la muerte con
naturalidad.
- Es un libro muy personal, ¿qué le
supuso escribirlo?
- Sí. Responde a un viaje interior, en
mi caso los viajes físicos se convirtieron en literarios y ambos se
han transformado en un viaje a mi interior. A través de los
personajes he depositado algunos de mis temores, sueños,
frustraciones pero también me he dado cuenta de que la vida te sube
a lo mas alto para después arrojarte al agujero más profundo. Somos
todo los que nos ha precedido y todo lo que vendrá después. Estamos
muy mal acostumbrados a medirlo todo en esa escala humana que dice
que nacemos y morimos. Necesitaríamos medir el tiempo en acciones.
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