miércoles, 11 de enero de 2012

La voz de la conciencia. Pensamiento vs. realidad

Álvaro Pombo © Carles Mercader
Las crisis lo trastocan todo. Van agotando existencias, metafórica y literalmente hablando, y terminan por cambiar las cosas de sitio, tanto que los papeles se intercambian, se mezclan y terminan por confundirse, si es que no acaban por perderse. Desde el que busca trabajo “en lo que sea” porque no hay en lo suyo hasta el que se siente indignado y le dice al dirigente '¿Y si lo hago yo?'. Ahí está Toni Cantó, diputado en el Congreso, al que ya no entra como visitante sino como parte activa del hemiciclo, pero es que la política tiene algo de actuación aunque no todos los políticos podrían ser buenos actores. Y otro caso es el de Álvaro Pombo, que también abrazó la causa política de la mano de Rosa Díez, un intelectual en medio de partidismos, a veces fanáticos y casi nunca tecnócratas.
Personalmente, prefiero al Pombo que esgrime argumentos desde su atalaya de las ideas, a modo de voz de la conciencia social porque si todos los intelectuales se transmutaran en políticos, ¿quién les afearía la conducta cuando hubiera que hacerlo? O lo que es lo mismo 'Zapatero a tus zapatos' no por inmovilismo ni rigidez sino por una cuestión meramente práctica y organizativa. Y porque el pensamiento abstracto de un intelectual tiene más oportunidades de convertirse en una medida política. A la inversa, todos perderíamos: el intelectual no acertaría a encontrarse en un maremagno de leyes y normativas y el político no sabría abstraerse, analítico, en un mundo de reflexiones. Otra cosa son los políticos de alma intelectual, pero en esa categoría no hay muchos.

¿Será entonces, por la crisis en la que vivimos desde hace una eternidad, por lo que la última novela del escritor santanderino se centra en la falta de empatía y compromiso? La novela, titulada “El temblor del héroe”, acaba de recibir el Premio Nadal, de Ediciones Destino, y habla de la indiferencia, de la no acción, de la cobardía, en suma. Algo así vivimos en estos tiempos de sálvese el que pueda y la crítica a la pobreza espiritual, que ya sí que tiene que ver con la crisis, cobra más relevancia cuando quien la hace se encuentra en la posición de libertad que le confieren sus ideas, abstractas, independientemente de sus simpatías.

Y en algo similar, aunque no idéntico, se apoya el mensaje de Juan Cobos Wilkins en su último libro, “La soledad del azar” (Almuzara). Todo cambia, todo muta, ni somos lo que podemos parecer, ni tenemos que serlo porque estamos en constante transformación. Como el que cree que un río siempre es un río y no se da cuenta de que será diferentes ríos dependiendo de los ojos que lo miren y porque muda de piel una y otra vez. Aunque lo contemplado en sí mismo sea lo que es: un río.

Para acercarse a la obra Cobos Wilkins hay que hacerlo con la mente limpia de prejuicios. Es lo que ocurre con los poetas, él lo es, que ven cosas, sucesos, mensajes, sensaciones donde el resto solo vemos lo aparente. Algo de pesimismo se intuye en su último trabajo, como el que no sabe hacia dónde va pero sabe que avanza hacia algún destino y es consciente porque advierte a su alrededor la transformación de las cosas. ¿El paso del tiempo no es más que cambio?, ¿todo cambia para que todo siga igual? Estamos sometidos a la tiranía de la modificación y, a la vez, salvados por nuestro instinto de adaptación.

Y como dice el propio autor, todo tiene un haz y un envés. En una misma moneda hay una cara y una cruz. De ahí que su libro, un volumen de relatos, ofrezca dos versiones del mismo hecho y el lector, de este modo, puede saltarse el orden a su antojo porque cada relato es independiente tanto del que le precede como del que le sigue, solo tiene una pareja, su reflejo en el espejo imaginario creado por Cobos Wilkins, la otra cara del mismo hecho. Así que el lector, si quiere disfrutar del libro, solo tiene que seguir el índice para leer el haz y el envés del mismo relato. Y se disfruta.

Tanto como la fantasía en la que se zambulle Lola Beccaria en su última novela. Un giro de tuerca, un cambio de registro y cuando se tiene en las manos “Zero” (Planeta) uno no sabe si tiene un cuento infantil o si es una novela para adultos que no quieren renunciar a la imaginación que tuvieron cuando vivían en un mundo sin más responsabilidad que la de crecer sano. Y es que en tiempos de crisis hay inmersiones en el yo, es el mejor momento para mirar en nuestro interior y descubrir qué hay y qué queremos que haya, porque fuera todo está patas arriba.




Así, la autora gallega se atreve con una fábula en la que el protagonista reducido a la mínima expresión de sí mismo comenzando por su propio nombre, Zero, tiene que redescubrirse desde la nada en la que se siente, emprendiendo un viaje iniciático lleno de símbolos para volver a ser él. Y como en los relatos de Cobos Wilkins no siempre todo es lo que parece y donde uno ve adaptación para sobrevivir, otro ve resignación y miedo al fracaso. Un viaje en el que todos estamos inmersos, de ahí que Beccaria asegure: “Zero no soy solo yo: Zero somos todos”. Y todo ello en poco más de 200 páginas a las que hay que acudir sin una idea preconcebida porque no es un libro al uso, es lo que quiera el lector.

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